Casi no se escuchan los coches, el frío y la humedad de los últimos días aplacan la fuerza innata de Madrid y eso hace que desde mi mesa en una de las terrazas de la Plaza de Olavide me dé la impresión de estar en el campo. Los ánimos son bajos, la gente no esta preparada para el otoño aunque haya llegado hace un mes. Ocurre que puedes repetir algo cientos de veces pero no importa, el hombre necesita ver para creer: la fe del ser humano es como el deseo sexual en las mujeres, queremos atribuírselo a todas pero hemos de aceptar que no está tan generalizado como nos gustaría.
Felipe ha estado esta mañana aquí, ha tomado un café y se ha marchado corriendo porque tenía muchas cosas que hacer. Hemos hablado de un compañero suyo que ha tenido una vida de muchos sobresaltos: siempre vivió en Sevilla y no le fue mal con el trabajo, tenía buenos amigos y una familia comprensiva pero su problema eran las mujeres. Se relacionaba bien con ellas, le hacían feliz y a veces se divertía queriendo a varias a la vez. Les daba mucha importancia porque su padre le instruyó muy bien de niño: «no te portes mal con ellas, sólo te pido eso», aunque la lección no estaba completa todavía: tres meses después de aleccionar a su hijo el señor fue encontrado degollado y con los calzoncillos por los tobillos en una cuneta que solía estar frecuentada por prostitutas subsaharianas. De este modo el chaval decidió no hacerles daño pero mantener cierta distancia, la suficiente como para darle tiempo a reaccionar si se le acercaba alguien por detrás con una navaja. Su problema eran las mujeres porque lo único que sabía de ellas era hacer que gritaran, que gimieran, que se retorcieran con los ojos cerrados de par en par pero nunca le había preparado el desayuno a ninguna. Felipe, que es un tipo humilde y centrado aunque no precisamente un hombre fiel, me ha comentado que el sinvivir de su amigo es el vacío del día después. De hecho, la única vez que pasó la mañana siguiente con una chica con la que se había acostado fue yendo al hospital para que le suministraran la píldora.
Alvite dice que una mujer es elegante cuando después de haberla visto desnuda la recuerdas vestida. Nuestro amigo no tenía tiempo para recordarlas vestidas y si lo hubiera tenido no se habría dado cuenta del asunto. Yo siempre valoré eso porque no encontraba otra forma de hacerlo, no sé si por mi educación estrictamente masculina o por la casi total ausencia de mujeres en mi casa; la verdad es que si no entiendes que es la única mujer en el mundo mientras estás con ella aunque compartas la cama con una o dos más, lo nota y se resiente.