La vida son excusas. El gimnasio de septiembre debe esperar unas semanas si no queremos que la tos que viene con el aire acondicionado empeore y, total, ya estamos en octubre. Es inevitable cometer errores que sentimos la necesidad de justificar pero hay que hacerlo con cierta contundencia, por ello, los matices son importantes cuando intentas salvar una falta pero entrar demasiado en el detalle te puede llevar al fracaso. Hay que saber cuándo parar. Me alegro tanto de verte, llevo tiempo queriendo llamarte que ya me daba vergüenza. Eso nos ha pasado a todos y es que lo malo de procrastinar es que, si tienes un poquito de vergüenza, inmediatamente después debes pasar a una frenética actividad inventiva para justificartelo que, irremediablemente, te lleva al agotamiento. La triste verdad es que vivir del cuento, de después, de salvar el partido en la prórroga, es una actividad extenuante que muchas veces puede no compensar, lo retorcido de esta verdad es que nunca puedes saber a priori si te va a salir bien la jugada. No debí coger aquel tren que salía al amanecer pero la alternativa, ya sabes, era peor.Intentamos ser consecuentes, mirar hacia adelante, pero los futuribles son ucronías negras en los que la ruleta sigue girando eternamente y todas las casillas parecen rojas. He intentado hacer una metáfora potente pero soy daltónico.
Cuando eres joven justificas constantemente tu juventud -tengo seis años pero ya voy al colegio de los mayores, tengo dieciséis años pero casi nunca me piden el carnet-sin embargo, cuando llegas a cierta edad el “pero” va a acompañado del “aparento”. Excusarse por el paso del tiempo es casi tan inane como enorgullecerse por tener los ojos azules, no es mérito ni culpa tuya, no has hecho nada. Hay que saber distinguir entre las cosas que deben justificarse y las que son así porque sí, no soy mala, es que me han dibujado así, decía aquel pibonazo pelirrojo.
Lo que pasó anoche es porque había bebido demasiado, además, ella no significa nada para mí. El libro que prometí escribir se está retrasando porque se me ha atragantado el nudo. El examen estaba de diez pero al profesor no le gustó la forma de resolver el problema. Muchas veces pasa eso, tratamos de solventar los problemas de la manera equivocada, poniendo una mala excusa o con el clásico “no me arrepiento de nada”. Decir que no te arrepientes de nada es válido si estás en plena explosión hormonal, suena la Obertura 1812 de Chaikovsky y el mundo se reduce a un amor de adolescencia con el que vas a descubrir que dos personas pueden quedarse sin respiración a la vez, en ese momento está bien; pero madurar es cagarla, hacer daño a gente sin querer, sufrir por decisiones erróneas y de vez en cuando tener suerte. Llegados a ese punto, más te vale poner buenas excusas porque de lo contrario te quedas callado ycon cara de pánfilo hasta la siguiente pifia. Eso es la vida.