Los errores y el yo

La Marquesa de Merteuil ha ido al teatro, es abucheada y humillada por sus antiguos amigos y admiradores. Todo ha ocurrido muy rápido, sus intrigas triunfaron pero no previó la existencia de cariño y amor en el alma negra de Valmont, error fatal. Ya sólo le queda sentarse frente al espejo, espejo del que vemos una parte y no es el reflejo. Es Glenn Close en la mejor versión que se ha hecho en el cine de “Las amistades peligrosas”, es la Marquesa que se desmaquilla con parsimonia y gravedad, no se le llenan los ojos de lágrimas por los gritos, por los silbidos ni por los insultos, está hundida porque se ha dado cuenta de que se ha equivocado, creía que sus juicios no fallaban, nadie podría cogerla en un renuncio ya que dedicaba todos sus días a jugar. Lo cruel, horroroso y cierto de esa escena es que no necesitamos ver el reflejo en el espejo, probablemente fuera una pieza de madera, no es necesario porque nos enseñan algo más difícil, la cara de un monstruo que se descubre a sí mismo. Algo así como si fuera posible haber visto la cara de Ana Obregón en el instante en que descubrió su nariz.
Llevar toda una vida confiando en tus virtudes deja unos flancos descubiertos que ya no vas a poder salvar, supongo que se trata de un boxeador que ofrece las costillas porque ya le han roto la nariz y las cejas. Haz lo que debes con lo que te han dado, pórtate como un buen chico, no seas arrogante… y conquistarás el mundo.
El problema es que cuando a Valmont empezó a importarle la chica, la perdió.