Una noche en la ópera

La sala de urgencias de un hospital es un lugar que suena a quejido. La salud no perdona pero ayuda a sobrevivir, aunque sea mala. De vez en cuando sufro algún achaque que me obliga a visitar las urgencias de cualquier hospital, he estado en muchos y puedo decir que en casi todos los mejores. Una vez en Kenia me ofrecieron champán y mujeres para la espera, probablemente hubiera accedido si no me hubiesen disparado accidentalmente  en el brazo unas horas antes. El problema es que hoy día la gente que acude a la sanidad pública ha sufrido las consecuencias de esta crisis agotadora que va a vencer a nuestro ánimo por los puntos y se ven muy perjudicados. La señoras sentadas en una sala fría y aséptica de madrugada pierden mucha categoría, no quiero decir que no la tengan, me refiero a que Nati Abascal podría salir de una cena con Valentino en Horcher y si se sentara en uno de esos bancos azules e incomodísimos parecería la vieja que le grita a Buttercup en su pesadilla de La Princesa prometida, amor verdadero decía…

No quiero ser insidioso, estoy seguro de que Nati no necesita ayuda médica después de una cena copiosa, me refiero a que las esperas en silencio, sintiendo la indefensión de horas y celadores moviendo camas de un lado a otro, tomando consciencia del abanico de enfermedades que ayudan a relativizar, a tu izquierda un cáncer terminal, a tu derecha un dedo roto y enfrente la honrosa y definitiva decrepitud de quien lleva vistiendo más años el luto que el camisón.

Se notan ciertos cambios, la gente hablaba de compartir ambulancias como si fueran taxis y es necesario presentar la declaración de la renta, el certificado de bachillerato y acreditación de idiomas para conseguir una cita con el especialista pero creo que los que tenemos cierta edad hemos de explicar a los jóvenes que no siempre ha sido así. Hay que decir que las urgencias eran en muchos sitios el salón de la casa del médico del pueblo, que Manolete murió desangrado o por plasma en mal estado, todavía se pelean cuando lo importante es que la película es infumable, y que las incubadoras se usan desde el siglo XX.

Mi problema se solucionó correctamente y puedo decir que ya vuelvo a gozar de la apreciada rutina, en el hospital me comporté como un paciente modélico y agradezco enormemente que no me obligaran a usar una de esas batas que lo enseñan casi todo. Un médico internista con un dulce acento venezolano me aconsejó tomar café.  Felipe se ofreció a venir y hacerme compañía, es un buen chico, pero yo ya estaba acompañado y ni para eso dio tiempo porque no fue necesario pasar la noche, ocurre que la mayoría de los problemas agudos de salud se presentan de madrugada, supongo que  a esperar en Urgencias le pasa como a contar historias de miedo alrededor de una fogata, nos metemos más en el papel si es de noche.