La forma de ser libre

Desde mi hotel de Barcelona puedo afirmar que la sociedad española no es madura. No me refiero a la mujer que dormita desnuda en la cama king size ni al anuncio de la Lotería de Navidad que me ha hecho tan feliz esta semana, tampoco a la necesidad pasmosa por tener un pabellón deportivo mejor que el del pueblo de al lado. Cuando digo que los españoles son inmaduros es porque no saben calibrar la importancia de las cosas. Un niño llora igual ya le hayas quitado el osito de peluche ya le hayas privado doce horas de alimento y el niño reirá si le haces una monería o si le divierte ver como te caes por las escaleras. No es maldad ni inocencia, es la absoluta ausencia de miedo la que hace que los bebés sean tan maravillosos y estén tan indefensos. Eso mismo le pasa a los españolitos.

El 13 de noviembre se falla la sentencia del Caso Prestige y sólo se condena a Apostolos Mangouras, capitán del barco, a 9 meses de prisión por desobediencia grave a las autoridades españolas, supongo que le rebajaron cuatro o cinco meses por disfrutar de un nombre tan estupendo. Las portadas y los mortales se indignan por la total ausencia de responsabilidad, en España sale todo gratis, quien tiene dinero nunca responde, los jueces no valen para nada, es una vergüenza. Obsérvese que lo de avergonzarse es muy recurrente, no sé por qué tiene que avergonzarse alguien que no tiene nada que ver, en todo caso puede sentir vergüenza ajena pero eso se arregla cambiando de canal.

El lunes, Yolanda Barcina declaraba en el juicio que se celebra contra los golosos que le estrellaron tres tartas en la cara allá por 2011. En aquel momento escuché y leí no sin cierta decepción con el prójimo expresiones apaciguadoras sobre el asunto. Es una tarta y es divertido además se lo tiene merecido porque se lo está llevando a manos llenas.

Si nos indignamos todos los días por titulares que ni siquiera nos hemos molestado en desarrollar acabamos perdiendo la perspectiva y la razón. Aunque algunas voces intenten poner cordura en la indignación rutinaria con la que nos sentimos tan cómodos queda el poso de odio sotto voce  contra la gente que hemos decidido que lo merece. Es una manera mediocre y generalizada de ignorar nuestra faltas o nuestra desidia.

Lo que yace en ambos casos es la aplicación del Derecho y sobre todo entender las normas como algo que hay que aplicar cualquiera que sea la víctima y cualquiera que sea el agresor. Como explica Pulido (http://elpais.com/elpais/2013/11/18/opinion/1384776754_589519.htmlhay oportunidades para que esos hombres paguen. Es necesario respirar profundo y esperar. Respecto a Barcina la cosa es mucho más sencilla: como era ella, Bill Gates Rupert Murdoch no pasa nada. Se llevarán la nata en las pestañas hasta tus casas llenas de dinero público o privado y seguirán su vida habiendo recibido una justa humillación pública. La gente que espera a escuchar quién es el que ha recibido el tartazo está tan vacía de miedo como un bebé, eso o es tan vil como el que lo da. Hay que ponerse en el lugar del que lo recibe o del que está sentado en el banquillo. Estás trabajando y un tipo que no conoces de nada se acerca a ti con cara de odio y te revienta una tarta en la cara, mejor aún, imaginad a vuestra madre recibiendo el golpe, a vuestro marido, a vuestra hija. ¿Os parece una broma? No me importa lo que esa persona haya hecho antes porque las agresiones se juzgan per se y no vinculadas con causas o motivos.

La sociedad española no es madura en cuanto que le cuesta ponerse en el lugar de la víctima, en lo peor, tener miedo hasta ser un tremendista. Me contaron  una clase en la que George, después de un almuerzo bastante copioso, invitaba enfáticamente a sus alumnos a imaginar que el dictador más cruel y poderoso odiaba a todos y cada uno de ellos, asumida esa premisa debían conocer, aplicar y opinar sobre la ley. Ser libre, concluyó, consiste en tener miedo y reaccionar intelectualmente.